sábado, 12 de enero de 2013

DEJAR HACER, LA TRAMPA DEMOCRÁTICA

"Lo más importante para la democracia es que no existan grandes fortunas en manos de pocos". 
Alexis de Tocqueville


                 Hace unos 10 años, en ese momento en que perdemos la inocencia de nuestros pensamientos, escribí un texto que rezaba algo así como “Democracia: dictadura del capitalismo”. Eran años donde empezaba a pensar por mí mismo, años de descubrimiento, como un niño que explora nuevos campos y que siente que esa creatividad le hace diferente. Ese texto señalaba, en resumen, cómo las democracias que podríamos llamar occidentales, esas democracias exportables porque suponían un ejemplo para cualquier otro tipo de régimen, no eran más que el timón perfecto para el verdadero capitán: el capitalismo. De alguna forma el capitalismo como sistema necesitaba de la democracia para funcionar, o mejor dicho, el capitalismo había encontrado su terreno más cómodo para moverse dentro de la democracia.
          
Thatcher y Reagan bailando
   Recientemente, viendo el programa Salvados sobre las energéticas (http://www.lasexta.com/videos/salvados/2012-noviembre-18-2012111600028.html) mi cabeza retrocedió hacia aquel pensamiento. No es que esta visión haya quedado en mí estancada a lo largo de los años, por supuesto que ha evolucionado, pero el programa sí hizo despertar un error que existía en esa idea original, estaba equivocado: el capitalismo teórico, en la práctica, no existe. Las democracias han caído en la trampa del capitalismo a lo largo de los años, principalmente a partir de 1970 cuando el boom keynesiano que controló la ambición liberal tras la primera gran crisis financiera de 1929 y tras la destrucción moral provocada por   la II Guerra Mundial, empezó a derrumbarse en favor de un “nuevo” orden dominado por el capital financiero y la desregularización. Fue el gran éxito del capitalismo, reflejado en las figuras políticas de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, y que se ha impuesto casi sin altibajos de poder hasta nuestros días.
               
¿Quién manda?
                Desde mi punto de vista, el gran fracaso de las democracias reside ahí, en esa permisibilidad al laissez faire (dejar hacer) de los poderes económicos privados y principalmente al mercado financiero, que en contraposición al mercado productivo, no vende ni compra tangibles, es decir, cosas o servicios que tienen una utilidad real para las personas, sino que vende especulación de elementos intangibles e inexistentes. Esta desregulación del control político y estatal ha permitido literalmente la venta  de la política y los Estados (o supraestados como la UE) a los poderes económicos privados, y en ese sentido la desregularización de los mercados que vende el capitalismo es una falacia más,  lo único que ha cambiado es quién regulariza el mercado. Es en este punto donde la idea de un capitalismo que no tiene teoría se hace fuerte: el capitalismo no se basa en la liberalización de la economía, sino en el control de los flujos económicos a su favor (ya sean privados o públicos). Libertad para maximizar beneficios y libertad para minimizar pérdidas gracias al control y uso del dinero público. Si Adam Smith levantara la cabeza no podría entender la estrecha relación de necesidad que “su mano invisible” tiene con los poderes públicos estatales.
               
                Gracias a este remake de mis recuerdos, conecté con otro ideal de adolescencia que me repetía continuamente: “el comunismo tal como defiende la teoría nunca se ha plasmado en la práctica, y es por ello que nunca consiguió ser ese sistema soñado, simplemente fue culpa de los que no lo supieron cristalizar en la realidad”. Cuando rememoro aquello me río de mi todavía inocencia por aquel entonces, aceptando que sólo se trataba de una creencia falsa, un engaño mental; el mismo que dice que el capitalismo teórico existe, o que las democracias son ese sueño que pretenden hacernos creer.


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